Por: Alba Iguasnia
"Lucho por una educación que nos
enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer" Paulo
Friere.
La
infancia y la juventud son las primeras etapas de socialización y la formación
de hábitos, valores, creencias, lengua, vestimenta, alimentación, modos de
comportarse, entre otros aspectos; la familia pone mucho énfasis en
reproducir todo; sobre lo que sus padres asentaron y atesoraron; los mismos que
deben ser heredados y transmitidos de generación en generación. Como
existen ciertos aspectos positivos heredados también existen elementos
negativos tales como la sumisión, el cumplimiento de roles, etc.
Las aulas
están llenas de jóvenes kichwas y mestizos. Se nota las diferencias de la
cultura a simple vista. El sociólogo Bourdieu resalta
que las escuelas enseñan y transmiten un
patrón cultural que no coincide con las estructuras subjetivas de los
estudiantes. Si el joven práctica, acata y obedece se le considera un
estudiante ejemplar y exitoso. Pero el ser humano es un ser único. La escuela no
debe domesticar a los estudiantes, sino respetarles tal cual son y guiarlos
para soñar, pensar, construir, volar, crear, crecer, servir y convivir
A diario
vemos jóvenes con mucha energía, respetuosos, alegres, amables, responsables,
talentosos, dedicados, que anhelan superarse; pero también educandos tristes,
chicas embarazadas, chicos con alguna discapacidad, estudiantes con problemas
familiares, malhablados, molestosos, chicos de desertan, uso de drogas,
alcohol, etc., dando cabida al bajo rendimiento escolar.
El éxito y el fracaso escolar no dependen solo de las
aptitudes naturales del alumno sino también del Capital Cultural en el que
crecen. A esto se suman las “distinciones individuales”; incrementando
aun más las desigualdades en las aulas. Y las notas marcan trascendentalmente a
cada joven, quien es valorado por su
promedio escolar (LOEI en el Art. 94.). Carina
Kaplan manifiesta: “Categorizar a un
individuo, a un alumno y situarlo dentro de los “buenos” o de los “malos”, de
los “talentosos” o de los “no talentosos”, de los “inteligentes” y “no
inteligentes” no es una operación inocente en
tanto implica no solo una descripción -arbitraria- de su situación actual, sino
también una suerte de predicción sobre su situación en el futuro. Los actos de
clasificación y de valoración de los alumnos se convierten así en una
descripción, un acto productivo” (Kaplan, 2006:97)
Las escuelas estamos categorizando, clasificando, dividiendo, diciendo
para que son buenos, lo que pueden llegar ser o no, restringiendo,
delimitando, criticándolos, juzgándolos,
etc.; dañando su autoestima escolar.
A esto se suma las etiquetas que le dan y/o damos a nuestros alumnos de
manera invisible, involuntaria, burlona; nos fijamos en lo negativo de su
actuar, de su comportamiento, de su presentación, de su aprendizaje y de sus
logros académicos; para rotular algo que en verdad no son. La parte subjetiva y lo que existe dentro del
ser humano no se puede apreciar a simple vista, para ello hay que conocer un
poquito su realidad y colocarse en sus
zapatos.
Varios maestros No pueden creer o se niegan en admitir que jóvenes con déficit de atención podrían ser
“inventores”; chicos con desorden bipolar lograrían ser grandes artistas;
adolescentes con desorden de personalidad llegarían a ser filósofos; etc.
Dejemos que los chicos escojan sus propias etiquetas. Basta de etiquetar
a nuestros alumnos observando sus notas, su cultura, su origen, su modo de
actuar, su corte de cabellos, el uso de piercing, su inclinación sexual, sus
travesuras, su modo de pensar, su modo de ver la vida…
Valoremos la
colección de capacidades, talentos, competencias, destrezas y habilidades que
tienen nuestros muchachos; es hora de avanzar, romper esquemas de reproducción
que nos hicieron creer que son las correctas y que los docentes tienen la razón. Necesitamos crecer juntos, convencernos que “todo es posible”,
que “si se puede”. Si queremos que esto cambie seamos parte de la evolución y la
solución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario